Una estatua de Nuestra Señora de Fátima representa su Corazón Inmaculado, que está lleno de misericordia. (Cortesía del Apostolado Mundial de Fátima, USA)

Cuando Nuestra Señora de Fátima se apareció a Lucía, Francisco y Jacinta por tercera vez, en el 13 de julio de 1917, hizo dos cosas de gran importancia: en primer lugar, ella les mostró una visión aterradora del infierno para revelar el sufrimiento terrible que el pecado causa; y en segundo lugar, les dio lo que ha llegado a ser conocido como la Oración de Fátima, que les dijo para decir al final de cada década del Rosario. Esta pequeña oración de 24 palabras se ha convertido en una de las más importantes en la vida de los cristianos como abarca grandes temas del Evangelio: pecado y perdón, cielo, infierno y la misericordia abundante de Dios. Aquí está el texto de la Oración de Fátima: “Oh mi Jesús, perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas de Tu misericordia”.

Una oración de gran intimidad y amor

Esta es la quinta de una serie de reflexiones del Obispo Thomas J. Olmsted sobre Nuestra Señora de Fátima.

El discurso de apertura de la Oración de Fátima es eminentemente personal, tres sencillas palabras: “Oh, mi Jesús”. Recuerda que, según los relatos de los evangelios, ninguno de los apóstoles se atreviera a hablar a Jesús de manera infantil. San Pedro a menudo habló a Jesús como “Señor”; por ejemplo cuando él gritó de miedo (Mateo 14:30), “¡Señor, sálvame!” y cuando respondió la pregunta de Jesús, tres veces, “¿Me amas?” con las palabras (Juan 21:17) “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Otros apóstoles llamaron a Jesús como “Maestro” o “Rabino”. Sin embargo, sólo una vez, según los relatos evangélicos, Jesús abordó en la misma forma íntima que la Oración de Fátima. Fue entonces cuando el Buen Ladrón en la Cruz al lado de Jesús, oró (Lucas 23:42), “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. El Buen Ladrón no tuvo nadie más a quién podría recurrir por misericordia; pero consciente de sus propios apuros, así como su indignidad, pero confiando en el amor de Cristo, dejó un ejemplo para todos nosotros que también estamos en urgente necesidad de la misericordia de Dios.

Estas tres palabras que al principio de la Oración de Fátima suenan espontáneas y naturales en los labios de los niños, no demasiado presuntuosas, no irrespetuosas, no fuera de lugar. Jesús nos dice (Mateo 18:3) “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos”. Cuando rezamos el Rosario, nos situamos en espíritu al lado de la Madre de Dios y oramos como hijos amados de Dios.

Pasando de ‘mí’ a ‘nosotros’

El Reverendísimo Thomas J. Olmsted es le obispo de la Diócesis de Phoenix. Fue instalado como el cuatro obispo de Phoenix el 20 de diciembre de 2003, y es el líder espiritual de los 1,1 millones católicos en la diócesis.

Algo de repente, después del principio íntimamente personal, es decir, “Oh mi Jesús”, la oración entonces nos sitúa en solidaridad con los demás: “Perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo …”. Esta oración, como el “Padre Nuestro” que nuestro Señor nos enseñó, nos eleva en el ámbito estrecho de nuestro propio ego y nos une con nuestros hermanos. Una oración solidaria surge de la conciencia humilde de nuestros pecados y nuestro anhelo por la misericordia de Dios.

Nuestra atención se señala también a los “fuegos del infierno” en el centro de la Oración de Fátima: ¿por qué Nuestra Señora nos enseña a orar de esta manera? Porque ella es fiel a su misión de Dios. Recuerda cómo Jesús nos advirtió del peligro del infierno (Marcos 9:43) “Si tu mano es para tí ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible”. No es por casualidad que Jesús comenzó su ministerio público por llamar a los pecadores a la conversión (Marcos 1:15), “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. También nos enseñó a decir: “No nos dejes caer en la tentación sino líbranos del mal”.

‘Lleva todas las almas al cielo’

Enseñarnos a interceder por las almas es el corazón del mensaje de Nuestra Señora en Fátima. Cuando apareció a los tres niños en agosto de 1917, dijo, “Recen, recen mucho y hagan sacrificios por los pecadores. Tienen que recordar que muchas almas se condenan porque no hay quién rece y haga sacrificios por ellas”.

Los tres niños de Fátima tomaron en serio la petición de María. Se dedicaron, a lo largo de cada día, a orar la Oración de Fátima, no sólo al final de cada década del Rosario, sino también en otros momentos. Esta oración perfectamente resonó con su confianza en la misericordia de Dios. Uno puede fácilmente imaginarlos diciendo con Santa Faustina, “Jesús, en Tí confío”. Al mismo tiempo, no tuvieron duda que su misión de Dios fue orar por “todas las almas … especialmente las más necesitadas de tu misericordia”.

Sin Dios, nunca tendremos paz; siempre habrá conflicto. Sin embargo, la paz es un regalo que el Padre desea para todos y que Él con mucho gusto da a quien se convierte en fe, con la confianza de un niño pequeño. Que San Francisco y Santa Jacinta nos enseñen cómo promover la paz en el mundo y en cada uno de nuestros hogares.