Ilustración por Mick Welsh/CATHOLIC SUN

Al visitar a mi madre y estando de frente ante el nacimiento navideño que hemos puesto en su casa, me puse a meditar en las figurillas puestas ahí. Me llamaron la atención, las figurillas de los Tres Reyes Magos. Ellos, viniendo de otras tierras, han traído regalos al niño que acaba de nacer. La pregunta que se me vino a la mente fue en pensar: ¿Quién es este niño? ¿Cuál fue el motivo que hizo que estos buenos hombres dejaran sus tierras, familias y todo y decidieran emprender el viaje que iba a cambiar el rumbo de sus vidas para siempre? La respuesta la encontraremos en las siguientes líneas.

¿Quiénes son los Reyes Magos?

Padre Ernesto Reynoso C. JCL, es el Vicario Judicial Adjunto de la Diócesis de Phoenix.

En la tradición cristiana, lo que comúnmente conocemos como los Reyes Magos son básicamente los sabios del Oriente que nos menciona el capítulo segundo de San Mateo. Entonces, ¿Por qué les decimos reyes? A principios del siglo tercero, el teólogo cristiano Tertuliano es el primero en escribir que los sabios del Oriente eran de estirpe real, por consiguiente, es a través de este autor que la Tradición los reconoce como reyes. Igual importante es aclarar que no eran magos como actualmente entendemos esta palabra; o sea, aquellos que hacen magias y hechicerías. Sería injusto de nuestra parte pensar en esa interpretación. La palabra griega mágos citada específicamente en el Evangelio de San Mateo se refiere básicamente a un hombre sabio y no a un ilusionista como se pudiera pensar.

Entonces el significado de los Reyes Magos como los conocemos en la actualidad, está en armonía total con el nombre que se les da en el Evangelio de San Mateo, o sea, los sabios del Oriente. Igualmente me gustaría clarificar algo con respecto a sus nombres. No hay mención alguna en las Sagradas Escrituras a cerca de los nombres dados a ellos: Gaspar, Melchor y Baltazar. Según la Tradición, sus nombres que actualmente conocemos, tienen origen en el siglo VII y sus fiestas santorales se celebran el primero, seis y once de enero respectivamente.

Profundizando aún más, no puede pasar desapercibida la importancia de lo que se está celebrando en estas fechas. Aunque la mayoría de las personas le dan la importancia al nacimiento de Jesús, a las reuniones familiares, a la alegría de la época y al sinfín de cosas bellas que trae la Navidad, hay todavía algo más bello y profundo en lo que podemos meditar. Básicamente es en la importancia del misterio de la presencia del Verbo Encarnado en el tiempo y que ha querido habitar entre nosotros como bien lo menciona el capítulo primero del Evangelio de San Juan. La Navidad per se no es el nacimiento de Jesús, sino es reconocer el misterio del milagro salvífico de la Encarnación de Dios.

Es pues, en este Niño pequeño, donde vemos por primera vez en la historia de la humanidad, el rostro de Dios que se hace uno con nosotros. Este pequeño Dios-Hombre, envuelto en humildes pañales, que tiene la capacidad de que con su inocente sonrisa, disipa todas las tinieblas y miedos que envolvían a la humanidad. Es pues éste misterio — el que puso en marcha a los Reyes Magos, el que hizo que encontraran el rumbo de sus caminos.

Composite Illustration by Mick Welsh/CATHOLIC SUN

Mysterium Fidei; Eucharistia

Guiados por el Espíritu, los Reyes Magos, representando a la humanidad, han ofrecido unos regalos simbólicos en forma de agradecimiento al Padre a través del niño Jesús. Es por la benevolencia del Padre que se nos ha dado el regalo más excelso que podamos obtener; el Verbo que se Encarnó y se unió a nosotros. Pero, ¿Cuál será el regalo por excelencia que le podamos dar al Padre a través de Jesús? La respuesta es la siguiente: Es el retorno glorioso al Padre del Cristo Redentor que con su obediencia nos ha redimido y ha redimido a toda la creación junto con sus criaturas. O sea, el Padre, al ver el Sacrificio Eucarístico de su Hijo, recibe con agrado el regalo de la humanidad redimida. Bien nos lo explica el Papa San Juan Pablo II en el numeral octavo de su carta encíclica Ecclesia de Eucharistia donde afirma:

“El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del misterio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterioum fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo” (EE 8).

Regresando al nacimiento navideño que ha puesto mi madre y meditando en los regalos de las figurillas de los Reyes Magos, me he puesto a pensar en cada uno de nosotros que, siendo personas Eucarísticas, nos hacemos junto con Jesús Redentor, un constante y eterno regalo para Dios. Es en esta acción Eucarística de Jesús — que tiene su origen desde su encarnación, en donde –al igual que los Reyes Magos, encontramos la profundidad de nuestras vidas y el rumbo de nuestros caminos.