Santa, pero con necesidad de la purificación

El Obispo Thomas J. Olmsted presenta la patena y el cáliz al nuevo ordenado P. Christopher Gossen durante su Misa de Ordenación el 1 de junio en la Catedral SS. Simón y Judas. El sacerdote trabaja con y alrededor de la cosa más sagrada de todas las cosas, escribe el obispo. (Billy Hardiman/CATHOLIC SUN)

Llegamos ahora a la sexta y última columna de esta serie abordando los recientes escándalos que han dañado tanto la Iglesia. El título de esta serie viene de las palabras del Concilio Vaticano II que explica elocuentemente que “la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (“Lumen Gentium” 8). Estas palabras proféticas emitidas en un tiempo de relativa calma y estabilidad hace más de 50 años hablan una verdad que puede estabilizar y animarnos hoy.

Como ya hemos mirado directamente en los escándalos y las causas subyacentes, y luego en cuestiones actuales sobre el sacerdocio, los signos de renovación, así como el trabajo realizado para garantizar la seguridad de los jóvenes y adultos vulnerables, ahora quiero mirar hacia la renovación del sacerdocio a la luz de una virtud subyacente que será importante para su curación: la virtud de la reverencia.

El Sacerdote: Un Hombre de Reverencia

Mientras que la palabra “reverencia” puede referir a ideas sobre la vestimenta o el comportamiento en la iglesia, incluye mucho más. En un sentido amplio, la reverencia es la virtud por la cual reconocemos el misterio en la creación, nosotros mismos, nuestros vecinos y, sobre todo, en Dios. La reverencia es una disposición fundamental de cualquier persona en busca del sentido más profundo de la vida. Es el reconocimiento humilde de que en la vida, hay más de lo que podemos ver y sentir y controlar.

El Reverendísimo Thomas J. Olmsted es le obispo de la Diócesis de Phoenix. Fue instalado como el cuatro obispo de Phoenix el 20 de diciembre de 2003, y es el líder espiritual de los 1,1 millones católicos en la diócesis.

Dietrich von Hildebrand, un filósofo conocido por su fuerte oposición al régimen nazi, dijo que la reverencia “es indispensable para un adecuado conocimiento del ser. Su profundidad y plenitud, y, sobre todo, sus misterios, nunca serán revelados más que al alma piadosa. Sólo el hombre piadoso, que está dispuesto a admitir la existencia de algo superior a él, que desea estar en silencio y dejar que el objeto le hable, y que se abre a sí mismo, es capaz de entrar al sublime mundo de los valores” (magazine Triumph, octubre de 1966).

Cuando se considera el sacerdocio que Jesús instituyó, no podemos evitar pensar en reverencia como una necesaria virtud para una persona llamada a tal vida. La reverencia de ninguna manera implica una especie de escape espiritual en oración para evitar las luchas reales de la vida en un mundo caído. Implica simplemente tratar con ellos junto al Señor que ha venido a traer luz a incluso las zonas más oscuras de nuestros corazones y de la cultura. Lo que hemos visto en los escándalos de la Iglesia es una irreverencia trágica a Dios mismo, irreverencia al sacerdocio de Jesucristo y la irreverencia para los niños y las personas vulnerables.

Repetidas veces hemos visto en las vidas de los grandes reformadores de épocas pasadas que llevaron a la Iglesia fuera de días difíciles, como San Benito, los monjes de Cluny, San Francisco, Santa Catalina de Siena, San Felipe Neri y San Pío X, que fue un espíritu de verdadera y humilde reverencia a Dios y Su creación que permitió la renovación y la curación. A cada una de estas reformas seguían tiempos de irreverencia a Dios y desprecio por Sus mandamientos. Von Hildebrand dijo que uno que es irreverente “se acerca al ser bien con una actitud de arrogante superioridad bien con falta de tacto o hueca familiaridad” (ibíd.). Y ya que en “ningún dominio es la piedad más importante que en la religión” en ningún dominio puede hacer la falta de piedad más daño.

Reverencia por Dios

Sólo un sacerdocio imbuido de reverencia puede ser una fuerza para la reforma y renovación. Para llevar a personas en el misterio del amor de Dios, un sacerdote debe primero estar parado humildemente ante tal divino misterio. El sacerdote puede entonces invitar a otros a este misterio con palabras como éstas del Salmo 33: “toda la tierra tema al Señor, y tiemblen ante Él los habitantes del mundo” (Sal 8). San Pablo era un sacerdote así al explicar que “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Co 2:9). La tradición cristiana siempre ha cantado de amor maravilloso de Dios con canciones como “¿Quién es este Niño?”, “¿Cuán Maravilloso Amor es Éste?” o el “Tantum Ergo”. En efecto, nosotros sacerdotes debemos traer tal disposición de reverencia a las cabeceras de los moribundos, a confesionarios, altares del sacrificio de Cristo, a los púlpitos y a nuestras interacciones diarias con Su rebaño, reconociendo a Dios quien está presente a Su pueblo.

Reverencia por el Sacerdocio de Cristo

El sacerdocio en sí mismo es un misterio. No es tan solo una carrera o una vida de gestión organizacional, resolución de problemas o realización de tareas. Esta vocación tiene un lugar único en el diseño de Dios para nuestro destino eterno con la Trinidad como el sacerdote se para in persona Christi por el perdón de pecados y el Pan de Vida, a pesar de su debilidad y su indignidad. Esto debe mover a cada sacerdote a la humildad y temor ya que ayuda a las criaturas en su comunión con su Creador. En el ministerio imbuido con reverencia, él puede decir entonces a los bautizados las palabras sacerdotales de la carta a los Hebreos: “habiendo recibido la posesión de un Reino inconmovible, aferrémonos a esta gracia, y con piedad y temor, tributemos a Dios un culto que le sea agradable, porque nuestro Dios es un fuego devorador” (Heb 12:28).

Sería una gran irreverencia para tratar el sacerdocio como una ocupación simple o, como he dicho en anteriores columnas, como solamente un necesario papel funcionalista sin referencia al misterio de Dios. Y sería mucho peor, incluso diabólico, para el sacerdocio ser manipulado y utilizado para el sometimiento de los pecados contra los vulnerables. Aquí radica la razón por qué los más reverentes y fieles en la Iglesia sienten más profundamente el dolor de los escándalos.

Por el contrario, se muestra gran reverencia por Jesús cuando la personalidad de un sacerdote no domina a su ministerio, cuando él pasa humildemente lo que ha recibido (1 Co 11:23) y lo que se declara para ser verdad. Al llamar a un hombre para el sacerdocio, Jesús no invita a él a eclipse de Su Maestro sino para irradiarlo. Él no llama a un hombre “para ser servido, sino a servir” (Mt 20:28). Cuando el futuro Papa Benedicto XVI se procesó en la iglesia para su primera Misa como el P. José Ratzinger, sintiendo la admiración de la gente en su ciudad natal, seguía repitiendo a sí mismo en su corazón, “No se trata de ti, José”. El sacerdocio es mucho más allá del ministro, es y debe ser siempre acerca de Jesucristo.

El Obispo Thomas J. Olmsted presenta la patena y el cáliz al nuevo ordenado P. Pedro Teresa McConnell, FHS, durante su Misa de Ordenación el 1 de junio en la Catedral SS. Simón y Judas. El sacerdote trabaja con y alrededor de la cosa más sagrada de todas las cosas, escribe el obispo. (Billy Hardiman/CATHOLIC SUN)

La reverencia por las Cosas Santas

Durante el Rito de Ordenación, el obispo entrega a un sacerdote la patena y el cáliz con el pan y el vino que deben ser consagrados y entonces pronuncia las siguientes palabras:

“Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”.

El sacerdote trabaja con y alrededor de la cosa más sagrada de todas las cosas. El mayor regalo de amor de Jesús es Su presencia en el Santísimo Sacramento. No hay ningún objeto en este mundo hacia el cual debemos demostrar mayor devoción y reverencia. Por esta razón tenemos capillas donde Jesús es adorado día y noche todos los días de la semana.

El Concilio Vaticano II explica que la “caridad pastoral fluye sobre todo del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran cada vez más íntimamente, por la oración, en el misterio de Cristo” (“Presbyterorum Ordinis” 14). El sacerdote, entonces, debe ser el primero en seguir las palabras de San Agustín que dice “Nadie come de esta carne sin antes adorarla […], pecaríamos si no la adoráramos” (“Exposición sobre el Libro de los Salmos”, 98:9).

Reverencia para el Pueblo de Dios

Qué honor es servir a los demás. Lejos de ser una carga, el ministerio a los que nuestro Salvador ofreció su vida es un regalo, una obra a llevarse a cabo con gratitud. Somos bendecidos en nuestra época por el testimonio del Papa Francisco, que nos enseña que toda vida “valor inestimable … incluso los más débiles y vulnerables, los enfermos, los ancianos, los no nacidos y los pobres, son obras maestras de la creación de Dios, hechos a su imagen, destinados a vivir para siempre, y merecedores de la máxima reverencia y respeto” (Mensaje a los Católicos asistiendo en el Día por la Vida en Gran Bretaña e Irlanda, 28 de julio del 2013).

Cuando un sacerdote ofrece una guía, cuando ministra el perdón de los pecados o el alimento espiritual que viene con la Sagrada Comunión, trae gracias que pueden resonar por toda la eternidad, sirviendo a los con quienes Dios quiere vivir consigo por siempre.

Auto-Reverencia

Por último, mientras que el sacerdote reconoce humildemente que su sacerdocio no es acerca de sí mismo, él debe reconocer que su Creador aún le hizo bien y que la gracia de Dios se basa en la naturaleza. Como todas las personas, el sacerdote, también debe mostrar reverencia a su Creador por cómo él se cuida a sí mismo. Estudios del sacerdocio, como las llevados a cabo por Mons. Stephen Rossetti, demuestran que la mayoría de los sacerdotes están felices (más del 90 por ciento). Esto tiene sentido porque la mayoría de sacerdotes son fieles a la oración y son convencidos por el amor de Dios en sus vidas. Estos estudios también muestran que los factores que conducen a la felicidad de un sacerdote se construyen alrededor de una reverencia por sí mismo como persona. Más allá de los factores obviamente importantes alrededor de su relación con el Señor (oración, devoción Mariana, Adoración etc.), es común para los sacerdotes felices a tener buenas amistades, hacer ejercicio con regularidad y disfruten de pasatiempos saludables. Esto ayuda a un sacerdote a vivir una vida equilibrada que permite un servicio fiel y reverente.

Ruego que estas reflexiones han dado apoyo y aliento en estos tiempos turbulentos. Gracias por sus oraciones y su apoyo por mí y por nuestros sacerdotes. La turbulencia de nuestro tiempo, aunque lo sentimos profundamente, no es tan grande como para dominar el amor que viene del Sagrado Corazón de nuestro Salvador. La virtud de la reverencia nos permite conocer esta verdad y permanecer en esa paz y la seguridad.