“La última oración de los mártires Cristianos” fue pintado por el artista académico francés Jean-Léon Gérôme in 1883. “El testimonio de los primeros Cristianos da prueba al hecho de que la verdad no puede extinguirse permanentemente”, escribe el Obispo Thomas J. Olmsted. (Creative Commons)

Los Trascendentales

Segunda de una Serie

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. El día después de que Jesús pronunciara estas palabras a Sus discípulos en el cenáculo, Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Para entender la declaración de Jesús, primero necesitamos responder a la pregunta de Pilato, una que ha hecho eco a lo largo de la historia.

Hambre por la Verdad

Los hombres y las mujeres tienen un hambre insaciable de verdad; anhelan respuestas y sentido en la vida. Estamos creados para la verdad porque estamos hechos a imagen de Dios. Como enseña el Catecismo, “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”. (CIC 27) Por lo tanto, por nuestra propia naturaleza como personas humanas se nos ordena hacia la verdad, tenemos hambre de verdad y tenemos la obligación moral de buscarla.

Pero, ¿qué es la verdad? ¿Somos capaces de reconocerla? La respuesta más directa proviene de Santo Tomás de Aquino: la verdad es la conformidad del intelecto a la realidad, ya sea del mundo físico o espiritual (Summa Theologica). La realidad existe independientemente de nuestro conocimiento u opinión de la misma. En la medida en que nuestra idea de la realidad coincida con la realidad misma, podemos estar seguros de que sabemos la verdad.

Una perspectiva histórica

El Reverendísimo Thomas J. Olmsted es le obispo de la Diócesis de Phoenix. Fue instalado como el cuatro obispo de Phoenix el 20 de diciembre de 2003, y es el líder espiritual de los 1,1 millones católicos en la diócesis.

Hubo un tiempo en que la gente estaba segura de lo que sus ojos habían visto y sus oídos habían oído. Ya no. Vivimos en una era de escepticismo donde muchos tienen dificultades para aceptar un concepto elemental de verdad. En esta era comúnmente llamada posmodernismo, muchos sostienen que no hay conocimiento real en el mundo externo, que nuestros sentidos humanos pueden percibir. Como dijo Nietzsche, “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”. Todas las afirmaciones a la verdad son meras “construcciones sociales”; son relativos, en lugar de absolutos. La idea de una persona es tan buena como la de otra. Por lo tanto, para reclamar la verdad absoluta, una que todo el mundo debe creer y seguir, es considerado por muchos hoy en día como inmoral porque esto sería imponer la propia creencia sobre los demás. A menudo se llama intolerancia y prejuicio contra lo que otros piensan. La directriz general en tal negación de la verdad absoluta es simplemente la siguiente: “Si te gusta, guárdala para ti; pero no me lo fuerces”.

Hubo un tiempo en que las personas tenían un conjunto compartido de creencias en Dios y en lo que Él enseña y espera. En una cultura pluralista, el Derecho Natural era la base esencial a partir de la cual podíamos construir puntos en común. Sin embargo, incluso un principio crucial como el Derecho Natural ha sido ampliamente rechazado hoy en día. En la sociedad contemporánea, el Derecho Natural se reduce comúnmente a un no factor, lo que resulta en un paso atrás de la realidad, es decir, un paso atrás del mundo creado por Dios y un retiro dentro de la mente de cada uno que resulta en perder el contacto con la realidad por completo. Todo esto nos ha llevado a una sociedad en la que las personas transgénero y la homosexualidad se llaman naturales y el aborto se etiqueta como atención médica. Esto es lo que sucede cuando nos alejamos de la realidad y buscamos la verdad en nuestra propia mente en lugar de en la creación y revelación de Dios.

Intercambio de verdad por una mentira

Cuándo todavía era el Cardenal Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI celebra la Misa funeral para San Juan Pablo II en la Plaza San Pedro en el Vaticano en este foto archivo del 8 de abril del 2005. En su homilía, prevenido a una “dictadura del relativismo”. (Kai Pfaffenbach/CNS, via Reuters)

San Pablo, en su Carta a los Romanos advirtió de estas consecuencias: “En efecto, la ira de Dios se revela desde el Cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. … Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén” (Rom 1:18-25).

Esta confusa noción de realidad llamada relativismo está en el corazón de la crisis que amenaza la cultura popular hoy en día. De hecho, el Papa Emérito Benedicto XVI considera que el relativismo es el mayor problema de nuestro tiempo. Este peligro, que él llamó “una dictadura del relativismo”, ha invadido y moldeado tan profundamente la cultura popular que un gran número se ve a sí mismo como su propio juez moral. El relativismo cambia el enfoque de la realidad al sujeto individual. Y como las personas tienen diferentes percepciones, la verdad se considera relativa. Sin embargo, esto sólo puede conducir a una “dictadura” de opiniones porque cuando ya no podemos apoyarnos en la realidad y la razón para demostrar nuestro punto, nos quedamos discutiendo y luchando por el poder, lo que resulta en caos e incluso violencia. Sin razón y realidad como base para buscar la verdad, aquellos con más dinero, poder e influencia se verán tentados a forzar sus opiniones sobre los demás. Cuando ya no existe la verdad comúnmente aceptada, hay una lucha por el poder. Por lo tanto, donde la verdad se rinde al poder y no queda verdad común, el poder desnudo toma el control. Una sociedad que está apoyada por tal locura termina en el nihilismo, donde el bien objetivo y el mal no existen, donde las personas humanas no saben quiénes son y por lo tanto creen en nada que valga la pena sufrir y luchar por, ni siquiera la vida misma.

‘Ven al Señor, una piedra viva’

“Cristo y Pilato”, pintado por Nikolai Ge, un pintador del movimiento simbolismo de Rusia, en 1890, representa la audiencia de Jesucristo con Poncio Pilato cuándo Pilato pide “¿Qué es la verdad?”. (CREATIVE COMMONS)

Una vez más, volvemos a la pregunta importante: “¿Qué es la verdad?” y al anuncio de Cristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6). Jesús vino al mundo para revelar al Padre a todos los que estaban perdidos y separados de Dios. Jesús mismo es la Verdad, una verdad que viene de fuera del mundo pero que da sentido al mundo, una verdad absoluta e inmutable pero que se transforma para mejor a quien toque. Cuanto más lo busquemos, la Verdad y cuanto antes nos conformemos a Su santa voluntad, ya sea expresada en las leyes inmutables de la naturaleza o en la Sagrada Escritura revelada, más pronto encontraremos significado, felicidad y la realización por la que fuimos creados. “Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8:32), libres de quedar atrapados en los confines de nuestros propios pensamientos y deseos.

Por lo tanto, cuanto más conocemos al Señor, más conocemos la verdad; porque la verdad no es simplemente un conjunto de hechos, sino una relación personal con Dios. A diferencia del relativismo que construye su casa sobre la arena de las opiniones subjetivas, Cristo nos llama a edificar nuestra vida sobre Él. Para hacer esto, debemos tener hambre de lo que Él enseña, estudiarlo con profundo deseo y luego edificar nuestra vida sobre este sólido fundamento; aceptando Su invitación: “Al acercarse a Él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual …” (1 Pe 2:4f). Frente al relativismo desenfrenado, el Señor nos llama a conocer la verdad que nos liberó de las mentiras de Satanás para dar testimonio de Jesús en el mundo.

El posmodernismo afirma que la única verdad que existe es el poder. Pero no hay mayor poder que la verdad que encontramos en Jesús. Vivir la verdad del Evangelio tiene enormes consecuencias personales y sociales con el potencial de causar un colapso de toda una casa de cartas. El testimonio de los primeros Cristianos da prueba al hecho de que la verdad no puede extinguirse permanentemente. La verdad tiene un poder propio, un poder que ningún mal vencerá. San Agustín describió la verdad como un león; suéltalo, dijo, y se defenderá. Jesús encarna la esperanza del triunfo final de la verdad. Que demos testimonio de esta verdad, que sólo se encuentra en Jesús, y que nosotros, con nuestras palabras y nuestra vida, demos una respuesta clara y distinta a la pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”.