Mensaje del Obispo Thomas J. Olmsted sobre la Pascua y el Coronavirus

Para la mayoría de ustedes, fue la primera vez que experimentaron la semana más sagrada del año, no en su iglesia parroquial, sino en su propia casa. Podría parecer que nuestra Cuaresma no ha terminado, como si aún estuviéramos atrapados en el desierto.

Durante las últimas semanas, he oído de muchos de ustedes sobre el sufrimiento que han experimentado con su familia, tales como:

  • Perder sus trabajos o reducir las horas de trabajo;
  • Sentirse solos o aislados, lejos de amigos o simplemente de las rutinas regulares;
  • Los padres se sienten abrumados al tratar de trabajar desde casa, mientras realizan las tareas del hogar y enseñan a sus hijos;
  • Los propietarios de pequeñas empresas se vieron obligados a cerrar su negocio por el que tanto se han sacrificados; o tuvieron que dejar ir a los empleados que se habían convertido en familia;
  • Los estudiantes en su último año de la escuela secundaria o la universidad al ser informados que no habrá ceremonia de graduación;
  • Maridos y las esposas descubriendo que están descargando sus frustraciones y temores el uno contra el otro;
  • Los ancianos o viudos que se sienten solos.
El Reverendísimo Thomas J. Olmsted es le obispo de la Diócesis de Phoenix. Fue instalado como el cuatro obispo de Phoenix el 20 de diciembre de 2003, y es el líder espiritual de los 1,1 millones católicos en la diócesis.

¿Es pura coincidencia que estamos enfrentando esta pandemia de coronavirus ahora? ¿O podría estar ocurriendo algo más grande esta Semana Santa 2020? ¿Podría alguien mucho más importante estar en el trabajo en medio de nuestros temores y frustración?

La segunda frase del primer párrafo del Catecismo dice, “En todo tiempo y en todo lugar, [Dios] se hace cercano del hombre”. Nunca nos abandona. Podemos sentirnos perdidos y solos, podemos sentir que nos ha olvidado, pero esa es una mentira propuesta por el maligno. El Señor nunca deja de buscarnos. Y ¿dónde podemos esperar encontrarlo? En la Cruz. En el misterio del dolor y el sufrimiento.

San Pablo conocía bien este misterio. Escribió a los Corintios: (1 Cor 2:1-2), “Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.

Este crucifijo al aire libre está encontrado en el campus del Centro Retiro Monte Claret. (Jesús Valencia/CATHOLIC SUN)

En este tiempo de ansiedad y duda, entonces, los animo a encontrar esperanza en la Cruz. No busques lo que el mundo te ofrece, sino lo que el Señor ofrece. Mira a Aquél que se hizo uno como nosotros en la debilidad, a Aquél que (Mt 20:28), “no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. Que tu corazón sea levantado de nuevo por el canto: “¿Qué amor maravilloso es este que hizo que el Señor de la dicha llevara la terrible maldición por mi alma”? Por una buena razón, decimos con fe: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos; porque por tu Cruz, has redimido al mundo”.

Nuestra esperanza en la Cruz nos permite encontrar sentido en el sufrimiento y unirlo con Jesús que dice, “El que quiera venir detrás de Mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de Mí, la encontrará” (Mt 16:24, Mar 8:34, Luc 9:23).

La Cruz es nuestra única esperanza. Para aquellos sin fe, esto no tiene sentido; suena a tontería. Pero para nosotros los que creemos, es el poder y la sabiduría de Dios. En la Cruz, el pecado y la muerte fueron derrotados. Con San Pablo podemos decir, “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón” (1 Cor 15:55).

Hace unos años, llegué a conocer bien a un hombre maravilloso de Dios que entraba y salía de los hospitales muchas veces, pero que nunca permitió que el sufrimiento debilitara su esperanza. En su habitación de hospital, siempre colocaba una estatua de Santa Teresa y un pequeño crucifijo con rosas a los pies de Jesús. Le pregunté sobre estas imágenes sagradas. “Oh, sí, siempre los traigo”. Sabía cómo mantener su vida centrada en Cristo Crucificado.

Los clérigos de la Parroquia Santa María, en Chandler, saliendo de una iglesia vacía al finalizar la Misa del Domingo de Ramos, el 5 de abril. (Jesús Valencia/CATHOLIC SUN)

Hemos caminado con Jesús al Calvario el Viernes Santo y luego a Su gloriosa resurrección el Domingo de Pascua. No tengas miedo de abrazar la Cruz en tu vida. Abrazada y llevada, esta Cruz conduce a la resurrección. Busca la paz en el Señor resucitado; y aunque no podamos estar juntos reunidos en la iglesia o con nuestros seres queridos, miremos más allá del sufrimiento, en el momento de la victoria de la verdad y del amor que Cristo Crucificado promete.

Si alguno de ustedes no tiene un crucifijo en su casa, los animo a conseguir uno y a ponerlo en un lugar de prominencia. Entonces, cuando surjan malentendidos, alguna enfermedad, algún dolor, o algún obstáculo para el amor fiel; o cuando se sientan tentados a pensar que Dios los ha olvidado, el crucifijo les recordará que el Señor está cerca, y que Su amor es más fuerte que cualquier problema que enfrenten. La Cruz de Cristo es nuestra gran esperanza. Recuerden las palabras de Jesús, “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12:32).

El P. Dan McBride levante la Eucaristía durante la Misa Vigília del Domingo de Ramos, en la Iglesia San Juan Diego, en Chandler, sin feligreses el 4 de abril. (Jesús Valencia/CATHOLIC SUN)

Tú y yo nunca olvidaremos la Semana Santa del 2020. La Temporada de Pascua, ahora iniciada, dura 50 días, terminando el día de Pentecostés. Los primeros discípulos, recuerden, también sintieron temor y desorientación incluso después de la Resurrección. En la mañana de Pascua, hace casi 2,000 años, los primeros discípulos de Jesús pudieron ser encontrados secuestrados en sus casas, escondidos a puerta cerrada. Temían por sus vidas y estaban devastados por la muerte de su Maestro y Señor. Para ellos, parecía que toda esperanza se había perdido. Estaban cuestionando todo lo que habían oído y visto durante sus tres años con Jesús, a pesar de que Cristo acababa de resucitar de entre los muertos.

El Evangelio nos dice que María Magdalena fue la primera en llegar a la tumba. Vio que estaba vacía; el cuerpo de Jesús no estaba en ninguna parte. El relato evangélico describe a María Magdalena CORRIENDO para avisarle a Pedro, y luego Pedro y otro discípulo fueron CORRIENDO a la tumba; pero ellos tampoco encontraron a Jesús, sólo las vestimentas funerarias. El Evangelio de Juan nos dice, “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20:9).

Hoy, tú y yo nos encontramos — 2,000 años después — sintiéndonos algo parecidos a Pedro y María Magdalena. Queremos correr a la Iglesia y ver a Jesús. Queremos correr a ver a nuestros amigos y familiares y decirles: ¡La Iglesia está ABIERTA! Y, por supuesto, ¡Jesús ha resucitado! ¡La piedra ha sido removida!

Al experimentar esta época Pascual en la Iglesia que es su propio hogar, escuchen a Jesús en las Sagradas Escrituras, recíbanlo a través de una Comunión Espiritual, únanse a Su Santa Iglesia en todo el mundo y denle alabanza por el privilegio de amarlo y servirle en cada miembro de su familia, y como puedan con seguridad y sabiduría con su prójimo. Que cada uno de ustedes experimente la verdad de esa maravillosa aclamación: “Morir destruyó nuestra muerte. ¡Resucitando, nos restauró la vida”!