Las cuatro Últimas Realidades — El Infierno

El Papa Francisco reza en frente de la imagen original de la Divina Misericordia durante su visita a ese santuario en Lagiewniki, Polonia, en esa foto archivo del 30 de julio del 2016. (CNS, cortesía de L’Osservatore Romano)

El mes pasado, comencemos a considerar una de las doctrinas cristianas que muchos encuentran profundamente preocupante, a saber, el infierno. Puesto que Dios creó a los seres humanos con el don del libre albedrío, a pesar de que Él desea que todo el mundo esté feliz con Él por siempre en el Cielo, no obliga a nadie a aceptar Su amor. Por respeto a nuestra libertad, nos permite elegir la separación eterna de Él. Esto es el infierno. Hoy seguimos abordando este tema preocupante, comenzando con algunas preguntas profundamente personales que incluso los cristianos fieles enfrentan a menudo.

¿Qué pasa si un ser querido no llega al Cielo?

Una pregunta que puede plantearse es esta, “¿Cómo puedo ser feliz en el Cielo si un ser querido no llega allí?” Preguntas como esta son difíciles de responder a este lado del Cielo; cualquier respuesta no agota el misterio. Hay un principio teológico que dice: “Dios y el mundo no son mayor que Dios” puesto que Dios es sí mismo en lugar de simplemente uno entre muchos. Del mismo modo, podríamos decir que “Dios más nuestros seres queridos” no es mayor que Dios. En otras palabras, cuando estamos completamente unidos a Dios en el Cielo, tenemos todo que lo necesario para la perfecta felicidad. Es por eso que dice el Catecismo: “El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (CIC 1024).

El Reverendísimo Thomas J. Olmsted es le obispo de la Diócesis de Phoenix. Fue instalado como el cuatro obispo de Phoenix el 20 de diciembre de 2003, y es el líder espiritual de los 1,1 millones católicos en la diócesis.

Sin embargo, también es cierto que cuando estamos completamente unidos con Dios en el Cielo, amaremos como Él ama y desearemos como Él desea. En Su gran amor, Dios, como hemos dicho antes, “quiere que todos se salven” (1 Tim 2:4). Es posible decir, entonces, que el corazón de Dios, manifestado en Jesucristo — “duele” porque tantas personas de Su pueblo han optado por separarse de Él. Como el Papa Benedicto XVI pone en “Miremos al Traspasado” comentando sobre el Sagrado Corazón de Jesús, “… Dios sufre porque Él es un amante”. Es posible decir que, de alguna manera misteriosa, los que están en Cielo compartan en el sufrimiento de Dios porque comparten tan perfectamente en el amor de Dios, y todo este sufrimiento no disminuye la felicidad perfecta del Cielo que fluye de la completa comunión con Dios.

Confiar en la Misericordia de Dios

Este es la tercera de una serie sobre los Cuatros Últimas Realidades.

Dada la cruda realidad del infierno, también podemos preguntarnos cómo podemos tener una paz en la tierra, teniendo en cuenta que nuestras propias imperfecciones podrían dificultar a pie de otra persona con Dios y su salvación. Ante esta preocupación, Jesús nos invita a poner toda nuestra confianza en Él. Recordemos cómo, en Sus apariciones a los discípulos después de Su resurrección, a menudo dijo, “¡La paz esté con ustedes!” (cf. Jn 20:21). Jesús quiere que nosotros estemos llenos de Su paz aun cuando somos conscientes de nuestros muchos propios fracasos. San Pedro, que había tropezado tantas veces en su caminata con el Señor, incluso negar a Jesús tres veces, escribió más adelante con gran confianza, “Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que Él se ocupa de ustedes” (1 Pe 5:7). Mientras que ciertamente somos llamados a buscar la perfección cristiana por amor a Dios con todo nuestro corazón y amar a nuestro prójimo como nuestro ser (cf. Mc 12:30-31), ayudando así a nuestro prójimo en el camino a la salvación, también confiamos en la amplitud de la misericordia de Dios cuando caemos por debajo de esta misión. Podemos tener gran confianza en Jesús, nuestro Señor y Salvador, porque “Dios amó tanto al mundo, que entregó a Su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). Como el Padre de la parábola dio la bienvenida a su hijo pródigo con los brazos abiertos, a pesar de que su hijo había pecado gravemente, por lo que Dios nuestro Padre está siempre dispuesto a recibirnos en Su abrazo, siempre que volvemos a Él.